Mi familia la componemos mi madre Anabel de 42 años, mi padre Julián de 44 y yo, Rubén de 17. Aquel año habíamos alquilado un bungalow a pie de playa en la costa. Una noche, durante la cena, mis padres trabaron relación con Teodoro, un vecino de otro bungalow. Provenía de Guinea Ecuatorial, aunque desde pequeño residía en España, era empresario y por lo que contó, se había separado de su mujer hacía unos meses e iba a pasar unas semanas por allí. Mi padre esa noche se pasó con la bebida y acabó durmiendo con la cabeza puesta en la mesa, mientras mi madre y hablaba con el vecino. Mamá echaba unas miradas “asesinas” a mi padre, mientras que yo le daba golpecitos para que se despertara, pero nada, la había cogido buena. Pasadas las doce de la noche, mi madre se levantó de la mesa.
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